La Fórmula 1 descubre a un nuevo niño prodigio: Max Verstappen
La imagen vertida en la antesala de los hostilidades rememoraba una cotidianidad de antaño: Red Bull en segunda línea. Su hegemonía de sábados y domingos se construyó a bases de chasis de ensueño y una trivial época de motores. Adelantar en Motmeló es como colarse en un concierto de Muse: casi imposible. Los primeros metros marcarían el compás de la, a priori, predecible sinfonía del Circuit. Fue el día en que el Gran Circo descubrió al hombre que puede marcar el futuro: Max Verstappen.
Pero los violines de Mercedes estaban desafinados y el choque de músicos iba a producirse en las primera curvas. La salida era impecable, como la entrada a una misa, Rosberg pasaba a Hamilton y este se ponía a rebufo prometiéndole una guerra inmediata. Pero Nico cerró a Lewis, le mandó a pastar por el césped, su Mercedes se descontroló, y, como cuando te intentan tirar en la piscina, si me caigo yo, te vienes tú conmigo.
Los dos acabaron en la grava y dejaron un desgobierno nervioso, una ilusión por saber quién se bañaría en champán. Un extraño alarde de benevolencia que dejaba a las bebidas energéticas impulsando el GP de España: Ricciardo, Verstappen… y Carlos Sainz. Una salida mágica, emulando a su héroe, noveno entonces, le mandaba hacia un podio virtual.
Adelantó por fuera a Vettel en la tres, en una maniobra que centellea su nombre como Copacabana en un concierto de Izal. Era imposible no sonreír pensando en una posible ceremonia con Carlos bañado en Chandon. Vettel le iba a quitar rápido la ilusión tirando de motor Ferrari, el de 2016… y Kimi refrendaría la dificultad de engendrar imposibles con un motor del año pasado: quinto.
Agarrándose al refrán de no hay quinto malo, tendría que esperar una alineación de astros que destrozará la mecánica de los Ferrari o Red Bull. Los McLaren se paseaban en los puntos como Bar Refaeli en la Barcelona Fashion Week: clase, sencillez y elegancia. Sin insolencia ni descaro esperaban volver a cazar algo del top 10 para sobrevivir, a lo Viggo Mortensen en The Road.
La carrera entraba en la monotonía de la vida laboral de un notario. Barcelona no da más lugar a la imaginación que la propia salida. Lo picante estaba en el hospitality de Mercedes que echaba humo. Tomas de Rosberg y Hamilton entrando por separado con cara de haber suspendido selectividad; Niki Lauda con leña en su hombro y Toto Wolff en modo bombero.
Alonso sostenía las embestidas de Massa y Grosjean que no podían con el MP4-31 de motor recóndito. El motor Honda no le hacía favor alguno a Fernando que resistía como la canción del Dúo Dinámico. La trinchera del español beneficiaba la paz de Button, octavo. El undercut de Vettel y Ferrari hundían a Verstappen hasta la tercera plaza. En las manos del alemán estaba el ‘placer’ de quitarle la victoria a su ex equipo.
Alonso abandona en el aburrimiento
La moviola estaba en la calle de boxes sin tampoco ser el despliegue de una película de acción. La carrera era en una salida nocturna en un pub caro, de mucho ambiente y alcohol de garrafón. Un oxímoron del espectáculo que aun así sigue llenando el garito. Y es que uno no se da cuenta del efecto del combustible que está bebiendo hasta pasada la noche.
Cuando Fernando Alonso giraba en zona de puntos Honda frenó todo el avance traído de Woking. El propulsor Honda emulaba al motor de un BiciMad y se cascaba para volver a épocas recientes. Cuando todo parece que encuentra un cauce normal, el río de Alonso y McLaren-Honda acaba desbordado. Los puntos eran reales; pero la pesadilla japonesa quería volver a escena. En Mónaco quizá…
Raikkonen buscaba desesperadamente el difusor de Verstappen que se resistía como si llevara 15 años en la Fórmula 1. Ricciardo se acercaba y enseñaba el morro a Vettel, esperando que sus compañeros, o pararan otra vez, o se ahogaran en el desgaste de sus neumáticos. Dos paquetes condenados a encontrarse más pronto que tarde.
Lo que uno ganaba en los columpios, lo perdía luego en los toboganes. Las dos parejas hacían la goma sin certificarse en adelantamientos. Verstappen caminaba hacia una victoria épica. Kimi no podía con el niño de 18 años: iba a hacer historia en su primera oportunidad con el Red Bull. El triunfo del talento de unas manos juveniles e inquietas estaba a unos metros.
Ricciardo se quemaba en la ruleta rusa con Vettel y un pinchazo le hundía. Se tendía que conformar con la 4º posición. 18 años, 7 meses y 16 días cruzaban la línea de meta entre lágrimas: la victoria más joven de la historia. La taurina no se le había subido a la cabeza a Helmut Marko: jugada maestra.
Sainz entraba sexto, la mejor posición de su carrera. Agarraba la bandera española en una imagen que bien podría firmar su ídolo Fernando Alonso. ‘Bravo’, le decían por radio. ¿Qué hubiera hecho en un Red Bull? La victoria del que fue su compañero no hacía sino revalorizar el trabajo de Carlos en Toro Rosso. Tal vez en el RB12 también hubiera pisado podio. Quién sabe.
Era el día de Verstappen, al que Raikkonen le brindó una caricia chocante para ser Ice Man. Verle en lo alto del podio con el himno holandés de fondo era una sensación inenarrable: como ver a un rapero con traje. Según avanzaba la ceremonia de champán uno empezaba a ser consciente de la gesta. Atentos porque, hoy, ha nacido una estrella. ¿El nuevo Ayrton Senna?